DESDE LA TRADICIÓN CULPABLE
La historia de la pintura es también la de
la prodigiosa, nutritiva, larga y fecunda historia de entregarse a las miradas
de otros. De ser alimento, de ser interpelados, devorados, regurgitados y arrojados
por otros con la mirada admirada pero también algo revuelta.
El exorcismo de maestros del pasado
conforma desde hace tiempo un eslabón esencial de la mejor tradición pictórica.
Durero, Rembrandt, Rubens, Velázquez, Da Vinci, Guido
Reni, Veermer, Holbein o Tintoretto, quizás
nunca llegaron a pensar que en el futuro se entregarían, rescatados por la
mejor máquina del tiempo: la mirada y la memoria asombrada, a un irónico juego
de extraños. De extraños que tardarían varios siglos en nacer. De extraños que
saben reinventar con el color, la forma y la expresión,- las armas ligeras pero
poderosas de un pintor-, las miradas del pasado y jugar a sorprendernos, a ser
cómplices espectadores de un guiño mágico. Como un prodigioso exorcismo que
engendra espejismos nuevos. Obras de brujos que invocan con ojos y miradas
nuevas el magisterio del pasado.
Miguel Ángel Concepción es pintor que
posee ese grácil arte de brujería. Tradición, cultura, técnica, talento e
instinto. Y algo aún más importante y que señalo como una de las principales
aportaciones de su obra: la ironía. Y la ironía, una de las armas más exquisitas
y atractivas del talento, implica una ecuación apasionante: perspectiva, tiempo
y distancia. Siempre se necesita la distancia para llegar a la realidad. Alejarse
para acercar y mostrar. Señalaba Rembrandt: “no metas la nariz demasiado en mis
cuadros, si no quieres que te envenene el olor de la pintura”. No te acerques
demasiado a algunos de los cuadros de Concepción si no quieres que te de un
ataque de carcajadas sutiles e irresistibles la tradición revisitada.
Su
obra ha ido fraguándose en series como “The next last supper of Bélmez”, “Harán Crecer del Todo
Aún el Blanco”, el “Proyecto LIMO”, o esta última que expone ahora “La Culpa la
Tienen los Ojos!”. Y a pesar de su preciso manejo de la línea y el dibujo, del
color y en suma de la
técnica, su técnica no explica nada. Siendo prodigiosa y extremadamente lúcida no la emplea como un alarde
vacío y casi circense, tal como lo hacen otros muchos artistas realistas. No se
ufana ni pavonea de su dominio. No hay arrogancia en su pintura. Hay esencialmente verdad. Lo que explica y
penetra es su mirada al mundo. Por eso su manera de abordar el realismo
consigue aquello que otros persiguen sin lograrlo: turbar. No se sale indemne
de su manera de mirar. Y una mirada que perturba es quizás uno de los signos
más apreciables y notables en un pintor. Al menos de los que considero buenos.
Y que son los que me importan y estremecen. Se aleja Miguel Angel
deliberadamente de lo decorativo y muestra lo esencial en pintura: un estilo de
mirar, de escrutar, de desnudar, de cuestionar, de revelar. Su pintura sacude,
zarandea y no es fácil de olvidar. Se queda pegada en la retina. Como las
imágenes intensas de los sueños.
Con sus trabajos más recientes,
“La Culpa la Tienen los Ojos!”, Miguel Ángel Concepción sigue ahondando en una
obra que, con el paso del tiempo y siendo un pintor aún joven, se muestra como
una visión del mundo articulada y coherente. Una obra centrada en el cuerpo
humano. Y en esta serie, al igual que en otras anteriores, en el rostro como
objeto. Parafraseando a
Willem De Kooning, su pintura al óleo está hecha para pintar la carne humana.
En los “Silencio” y otras obras de esta serie
se atreve audazmente con el vacío. Y un pintor solo se hace cuando es capaz de
enfrentarse sin miedo a él. Cuando se arroja sin red sobre el espacio del
cuadro. En títulos como la magnífica “Crushed” y en algunos retratos, el de su
madre devorada por el cruel alzheimer, encuentro ciertos ecos de Francis Bacon.
Como una marea que fluye secreta y rumorosamente lejana. No por técnica, ni quizá
por influencia directa o consciente ni por las formas fantásticamente extremadas
de la pintura del irlandés inglés, pero si por esa manera cruda, directa y
reveladora de abordar la obra. Sin la profunda distorsión de Bacon pero poseído
de semejante espíritu. Acerca y mucho Miguel Ángel su mirada al rostro humano
hasta enseñarlo de manera mentirosa porque como decía el propio Bacon se necesita
de la mentira para llegar a la realidad. Y eso es al fin y al cabo el arte. Ese
es el Juego. Y esa es la estela y rumbo de su pintura.
Por
último, Miguel Ángel Concepción ha elegido bien de dónde viene y dónde va, y
sobre todo un camino. Desde la tradición una irónica e instruida y tranquila
mirada atlántica. También su obra tiene eso que tiene su rostro de amigo, una
mirada grande y limpia pero burlona, donde la furia del artista se apacigua en
ironía sabia y antigua y se vuelve fresca, liviana y suave como el viento de
poniente de las tardes de agosto de su pueblo y el mío. Sal, luz, mareas y
horizontes.
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